Cuando
inicias una aventura a los mandos de un nuevo equipo al que dirigir, comienzas
tu trabajo bajo el peso de la responsabilidad que adquieren cada uno de los
pasos que das y cada una de las decisiones que tomas.
Todo
comienza con el periodo de pretemporada, momento en el que el trabajo y la
persona interactúan para llegar a formar un vínculo sólido y de calidad. Acumulas
trabajo, sensaciones y cumples pequeños objetivos, pero en el horizonte de tu espíritu
la imagen del comienzo de la competición, encoge tu ánimo y te hace vibrar con fuerza.
Ese
es el momento más inquietante y la sensación más extraña de todas las que
vivirás a lo largo de temporada, los momentos previos al primer partido de
competición.
Caminas
despacio pues arrastras el peso de la responsabilidad, en tu mente aciertos y
errores se dan la mano y nublan tu percepción de la realidad por momentos, pero
en el fondo el ánimo del futbolista y tu conocimiento de cada instante te dan
la luz necesaria para iniciar un camino que nadie sabe cómo y cuándo acabará.
Ese
día, cuando comienza tu competición, todo parece acelerar el paso desde tu
pulso hasta el tiempo que vives en tu entorno más familiar. Ese nervio que te sujeta
el ánimo e incrementa el horizonte de tu mirada, te hace sobrevivir y en el
fondo sabes que te gusta. Es una sensación tan dulce y amarga al mismo tiempo
que solo el peso de un banquillo puede regalártela.
Experimentar
un banquillo, es sentir como puedes llegar a examinar el trabajo de mucho
tiempo en tan solo un instante previo al pitido inicial del primer partido de
competición. Ese es el momento en el que comienzas a existir, para eso te has
preparado, para eso has nacido, es el instante que todo entrenador de fútbol
teme tanto que lo espera con impaciencia, esa confusión, ese gusanillo que
sientes por dentro te hace vibrar, te hace sentir porque eres entrenador de
fútbol.
Félix de Blas