Existe un momento previo al comienzo de un partido de fútbol en el que todos los entrenadores sufrimos un duro y a la vez hermoso momento de lucha interna. Es tan sólo un instante o quizá más, pero es en ese momento justo ahí cuando la más absoluta soledad nos envuelve. Nadie que no haya disfrutado alguna vez del privilegiado lugar que te otorga el banquillo, es capaz de comprender que se siente bajo el dulce yugo de la soledad del entrenador.
Puede que sea el peso de la responsabilidad el causante de ese momento de guerra y paz interna, o quizá la certeza de saber que nadie y solo tu entenderá la importancia y responsabilidad que uno toma desde su posición de entrenador de fútbol.
Tus decisiones son sólo tuyas y pocos te tomarán la mano si los resultados no se ajustan al deseo de algunos. Una equivocación convierte tu tiempo en un turbio tormento ilustrado por muchos sabios de cabeza hueca y ego superlativo. Un acierto y muy pocas voces se acercaran a sonreírte al oído. Piensa que todo aquel que mire su ombligo a diario o tenga más tripas que inteligencia, tratará de zancadillear tu camino y ensuciar tu ambiente sin temor ni responsabilidad.
Nadie te entiende entrenador, solo tú sabes porque continúas en pie a diario, porque tu ánimo es más fuerte con cada crítica. Será que los goles son tu gasolina, ver a tus jugadores sudar cada minuto de juego, sentir que una mínima parte del campo se prolonga desde tu mente hacia el juego.
Por eso el silencio se vuelve soledad, y es en esa soledad donde un entrenador se vuelve más humano e infranqueable, donde una mirada al horizonte puede aclarar tu mente y hacer más fuerte el corazón. Incluso ver tu ánimo paseando por un vestuario vacío llega a ser una bendición en la mano de muy pocos.
Hermoso sería ver a alguien ponerse en el verdadero lugar de un entrenador antes de llenar de lodo su camino. Pero como la providencia nunca va a dar con ese momento, solo nos queda el placer de refugiarnos en las manos de aquellos que nos acompañan en el camino y en el dulce sabor que le da al fútbol la soledad del entrenador.
Félix de Blas